¡Un, dos, tres por Dios que está detrás de la sonrisa
del P. Justo!
Amanece
nuevamente en Ipiales, el clima es templado y el silencio se ve interrumpido
por nuestra alegría. Nos hemos convocado a las 8:30am para el desayuno. Todos
lucíamos descansados y listos para una nueva aventura. En la mesa, estaban
preparados unos ricos "sándwiches" acompañados por tazas de chocolate y unas
naranjas, estábamos muy a gusto con el menú, así que lo disfrutamos bastante.
A continuación,
luego de que el P. Justo terminó la acción de gracias por los alimentos, fuimos
a nuestras habitaciones a preparar nuestro equipaje. Yo Felipe, me encontraba
muy contento de haber podido viajar por estas tierras hechizadas con encanto y
sencillez, pues se había cumplido el objetivo de visitar a cinco chicos vocacionados para nuestro instituto. Además, es difícil tocar o recrear con
palabras las experiencias tan puras, que ahora forman parte de mí, gracias a
personas tan bellas y momentos tan sutiles que acompañaron nuestro viaje por
Nariño.
Ahora bien,
listas nuestras habitaciones y preparados nuestros equipajes, salimos rumbo a
Putumayo. La distribución fue la siguiente: Chucho (William), Manel, Sandra y
el P. Emilio, salieron en un carro. Tina, Orlay y Jair, en otro; y Elena, Mari
y yo (Felipe), nos fuimos en la camioneta del P. Justo –claro está, con este
último de copiloto y Chucho de conductor.
Si bien nuestro
destino era Putumayo, hicimos una parada en la ciudad de Pasto, donde visitamos
el convento de las hermanas franciscanas. El P. Justo, nos comentó que en un periodo de enfermedad, estas
hermanas cuidaron de él, y como si fuera poco, lo hospedaron por casi cuatro
meses sin cobrarle un solo peso, -era por este motivo las
apreciaba tanto, y por esto esperaba que pasáramos a saludarlas.
Después de una breve exposición del convento y las respectivas actividades que desarrollaban en las instalaciones, la madre nos convidó a conocer un museo ubicado en un segundo piso de un bloque independiente. Se trata de fotografías, objetos y documentos que se conservan desde la fundación de las primeras religiosas franciscanas en Colombia. En fin, fue un momento bastante educativo pero no por esto deja de impresionar.
El convento
es precioso, a la entrada a mano derecha, las hermanas conservaban la tumba
con los restos de la beata M. Caridad. Al fondo, está la entrada al
santuario, donde a propósito está siempre expuesto el Santísimo. Por último, a mano
izquierda, está el recibidor con la puerta para ingresar a la casa. Después de
rodear el lugar, a nuestro encuentro, salió la madre superiora y evidenciando
su alegría y vida interior con la forma de saludarnos, nos invitó a conocer el
sitio en donde las hermanas conviven. Los pasillos eran muy amplios y
la arquitectura nunca era mayor que la multitud de flores, árboles y
plantas que aparecían con a medida que avanzabamos.
Después de una breve exposición del convento y las respectivas actividades que desarrollaban en las instalaciones, la madre nos convidó a conocer un museo ubicado en un segundo piso de un bloque independiente. Se trata de fotografías, objetos y documentos que se conservan desde la fundación de las primeras religiosas franciscanas en Colombia. En fin, fue un momento bastante educativo pero no por esto deja de impresionar.
Terminada nuestra
visita por el convento y listos para seguir la ruta, nos despedimos del Hno.
Orlay que debía regresar a Medellín y salía precisamente desde el terminal de
Pasto, -Fue un momento extraño porque se interrumpió la alegría con la
nostalgia-.
A continuación,
saliendo del departamento de Nariño e ingresando al páramo del Putumayo,
hicimos una última parada en el lago de La Cocha”. Estando allí, aunque el frío
era húmedo, las personas que nos topamos y los paisajes que encontramos eran
de un cálido particular. Sin embargo, antes de aventurarnos por el lago, el P.
Emilio propuso que almorzáramos primero, así que conseguimos un lugar y nos
instalamos. La especialidad de la casa era el pescado, en este sentido cada
quien ordenó su plato.
Posteriormente, habiendo reposado y quedando todos satisfechos, un amigo de Chucho nos consiguió una pequeña lancha con la que recorrimos el lago e ingresamos a una peculiar isla que estaba en el medio.
Después del recorrido, regresamos todos a los carros, y finalmente, emprendimos camino rumbo a Santiago. Estando pues en la casa parroquial, el P. Justo nos sorprendió con una cena apetitosa, y es que –como he notado-, al padre le gusta mucho cocinar y a pesar de su limitado estado de salud, nunca ha demostrado flaquezas ni desánimos, en verdad que es una persona increíble.
De esta forma, concluimos otro capítulo en esta hermosa región colombiana. No obstante, no antes de hacer nuestra respectiva apreciación del día y de reírnos de tantas anécdotas del viaje.
¡Alabada sea la
Sagrada familia!
Felipe Gallo
s.f.
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